La actual crisis económica a la que nos está empujando la pandemia del coronavirus deja al descubierto la fragilidad de nuestro sistema. El Gobierno anunció un paquete económico equivalente a un 4,7% del PIB del país para proteger pymes, empleos y fortalecer la salud, entre otras materias. Un rescate aplaudido transversalmente, pero que olvida a un protagonista clave en la importante tarea de reconstruir el debilitado tejido social de Chile: las organizaciones de la sociedad civil.
Si es necesario analizarlo desde la perspectiva meramente económica, vale la pena recordar que, según datos de Sociedad en Acción, el sector de las fundaciones y similares aporta con 310 mil empleos en jornadas completas equivalentes (remunerado y voluntario), en términos de gastos representan el 2,1% del PIB y su fuerza laboral equivale al 3,7% del país. Pero todos sabemos que es mucho más que eso.
Somos más de 234 mil 500 organizaciones que llegamos donde el Estado y el mercado no pueden; porque no tienen las capacidades, el tiempo ni las herramientas o porque simplemente no hay interés. Sostenemos relaciones y colaboraciones entre distintas personas e instituciones, además de favorecer el frágil equilibrio entre Estado, privados y sociedad. Las personas detrás de dichas organizaciones han dedicado décadas, incluso vidas enteras, en la búsqueda de justicia social, equidad y, por sobre todo, la superación de la pobreza. Desde cultura y artes hasta medioambiente, pasando por educación, vivienda y desarrollo social son los principales temas que abarcan, los que muchas veces serían simplemente desechados de no ser por estas organizaciones.
Por eso debiera preocuparnos a todos si, debido a la actual crisis, el Estado, las empresas y las personas naturales deciden recortar gastos a través del congelamiento de donaciones o el desvío irrestricto de recursos para mitigar la coyuntura.
¿El resultado? Las organizaciones dedicadas a proteger a los más necesitados y vulnerables de nuestra sociedad serán los primeros en resentir la crisis, viéndose en la lamentable necesidad de cerrar programas de intervención directa o, en algunos casos, incluso la operación completa. La atención a adultos mayores, infancia, personas con discapacidad, personas en situación de calle, entre muchos otros, se verán truncados por la falta de financiamiento justo en el momento en que más se necesitan.
No abandonemos a la sociedad civil, un engranaje tan relevante de nuestro país como los trabajadores, las pymes o las grandes empresas. Las fundaciones, corporaciones sin fines de lucro, ONGs y organizaciones territoriales también necesitamos flexibilidad y rescate. Flexibilidad en las rendiciones de fondos, en los plazos de postulación y en la entrega de documentos de garantías para fondos concursables. ¿Por qué no diseñar fondos que financien la administración de ese sector, más que la operación de programas específicos, al menos durante la crisis?
El llamado es a no dejar a la deriva a todos quienes trabajan día a día por una sociedad más justa, equitativa y solidaria. Justo en el momento cuando en Chile nos preguntábamos sobre el tipo de sociedad que somos y hacia dónde queremos avanzar en conjunto: no nos dejen solos.