Opinión: «De la olla a la urna»

Bárbara tiene una larga historia como voluntaria. Participa permanentemente en causas sociales y ambientales que la motivan. Ella y su hermana, ambas de Peñalolén, armaron una olla común recién iniciada la pandemia. Se motivaron al ver la dificultad de vecinos y vecinas, en especial de la tercera edad, para cubrir las necesidades más básicas.

Al principio le costó convocar gente que ayudara con horas de trabajo. La mayoría (incluyéndome) le decía que no tenía tiempo, pero que podía donar dinero. De a poco se fueron sumando más colaboradores, especialmente jóvenes. Luego de meses, la olla común sigue funcionando y entrega alrededor de 70 raciones de comida a diario, sustentada sólo con donaciones individuales y la perseverancia de Bárbara. 

El 2020 pasará a la historia no sólo como el año de la mayor pandemia mundial del último siglo, sino que, para Chile, como el año en que las demandas sociales del 18-O se hicieron carne. Muchos cuestionan esas demandas apelando al crecimiento económico del país en los últimos 20 años y a las odiosas comparaciones con países vecinos. La verdad es que, como siempre, la realidad es más fuerte que la ficción y esta vez, a raíz de la pandemia, llegamos a 288 ollas comunes en el país, según el sitio “La olla de Chile”.

Las interminables historias anónimas que se esconden tras la cruda realidad pandémica, como la de Bárbara, las cientos de ollas comunes y los tantos otros programas sociales que han nacido de forma espontánea para ayudar a quienes más lo necesitan son un ejemplo de que siempre hay luz tras la tormenta. Personas motivadas por la aguda crisis socioeconómica se mueven, actúan, consiguen recursos y ponen en marcha proyectos como ollas comunes, roperos y cuarentenas solidarias, y una larga lista de iniciativas que han movilizado a miles de chilenos y chilenas en los últimos meses.

¿Qué tienen de especial todas esas iniciativas? Además de su contribución social y que lo hacen de forma desinteresada, también están haciendo política. Bárbara y los jóvenes que la “apañan” (como ella misma dice), todos vecinos del sector, desde una chica de 15 años hasta un joven perteneciente a un pueblo originario, también están haciendo política. Todos están haciendo participación ciudadana activa.

Si ampliamos la mirada de cómo entendemos participación ciudadana, comprenderemos que ésta se expresa en diferentes niveles, a través de mecanismos y canales que van desde la información -el piso base de todo espacio participativo- hasta el involucramiento de los ciudadanos en la ejecución y/o la gestión de programas o servicios públicos, incluyendo por supuesto las consultas vinculantes y los plebiscitos. En la práctica hay muchas formas concretas de participar, entre las que encontramos la asistencia a una marcha o manifestación política, firmar una petición, formar una olla común, integrar un concejo municipal o hacer voluntariado.  

La crisis de confianza generalizada y el desprestigio de las instituciones -de los políticos especialmente-, han disminuido notoriamente la participación en elecciones, lo que nos da una falsa sensación de desinterés ampliado. Pero ejemplos como el de Bárbara y sus “jóvenes apañadores” nos muestran que los ciudadanos en Chile están activos. Lo que no les llama la atención es la política tradicional, cuyos mecanismos han desalentado la participación luego de años de decepción tras decepción.

Todos los ejemplos de activismo social de este año, tales como las ollas comunes, nos demuestran que a las chilenas y chilenos les interesa su país, región y comunidad. Quieren ser parte de la solución de los problemas de la sociedad y, más importante aún, les importa “lo político”, porque todo esto ¡sí es política!, pero no de la tradicional. El desafío está en encontrar dichos espacios no convencionales para activar esas motivaciones. 

Desde este 25 de octubre, y por los próximos 18 meses, se nos viene una copada agenda  de elecciones políticas. Desde la posibilidad de crear una nueva constitución para Chile hasta elecciones presidenciales, pasando por alcaldes y gobernadores, entre otras. Es momento de llevar la participación a otro nivel: el de la urna. Dado el sistema político de democracia representativa en el que vivimos, la urna es la única forma vinculante que tenemos para plasmar nuestras opiniones frente a los temas que más nos importan. Movilicemos nuestras causas, esas que nos activan como a Bárbara, de las ollas a las urnas, demostrando así que somos una sociedad activa e interesada en las temáticas sociales, económicas, políticas y ambientales.

Es de esperar que el 2020 pase a la historia no solo por la pandemia que nos enrostra las falencias de nuestro sistema, sino que por ser el año en que llevamos nuestra motivación ciudadana a otro nivel y avanzamos hacia una participación histórica en las instancias que nos ofrece la democracia representativa, cambiándola desde dentro, usando las reglas ya existentes para crear unas nuevas.

¿Quién sabe? Si todos y todas participamos activamente podemos tener la oportunidad histórica de decidir qué tipo de sociedad queremos desarrollar para Chile. 

Por Vicente Gerlach, director ejecutivo Fundación Trascender.

Vicente Gerlach

1 de octubre de 2020