Cuando los tiempos se ponen difíciles, las respuestas institucionales son lentas o inexistentes y las necesidades básicas llegan a la casa (o al menos al barrio), hay muchas familias a las que les queda una última ficha, una que pocas veces falla: las redes.
Las redes sociales comunitarias son espacios colectivos en constante proceso de construcción, en los que la participación voluntaria, el compromiso y la confianza son elementos clave. En Fundación Trascender estamos en permanente contacto con organizaciones que cumplen el rol de articular las necesidades de su comunidad y vincular a actores y actrices que propongan soluciones -la mayoría de las veces parciales- a las
problemáticas más urgentes.
En nuestro vínculo con una enorme diversidad de organizaciones de la sociedad civil, hemos evidenciado no sólo necesidades, sino que también una gran capacidad de articulación. De esta forma, hemos sido testigos de los esfuerzos por atender a adultos mayores que deben evitar concurrir a centros asistenciales por el alto riesgo de contagio, agregando desgaste de sus cuidadores, cada vez con más burnout y menos relevos.
Tal vez con más esperanza visualizamos como los clubes deportivos intentan adaptarse al formato virtual para promover recreación, además de bienestar físico y psicológico como alternativa al deporte colectivo y como salida a las limitadas rutinas diarias.
Es imposible no referirse a las enormes articulaciones territoriales que, literalmente, han parado la olla para miles de familias, sin más recursos que la buena voluntad y una convicción por levantar dignidad y solidaridad.
En todos estos casos la fórmula es la misma: el trabajo en red. Se autoconvocan vecinos y vecinas, organizaciones territoriales y funcionales, gente con tiempo y gente con menos tiempo, todos quienes puedan (y quieran) aportar. De ahí hacia delante todo es cancha y las cosas simplemente empiezan a ocurrir.
¿Por qué es relevante destacar estos esfuerzos de articulación? Una primera tentación es construir una épica respecto a cómo la buena voluntad puede superar adversidades; visibilizar a héroes y heroínas anónimas que no esperan las soluciones sino que las buscan.
Si bien siempre hay historias dignas de destacar, la romantización de la pobreza y la desigualdad poco aporta a los debates de fondo y sólo nos permite destacar individualidades que poco tienen que ver con soluciones colectivas.
La capacidad de organización de los territorios en momentos de adversidad nos habla de los recursos propios de cada comunidad para articular soluciones rápidas y sentidas, sobre la base del diagnóstico propio de sus problemas y la coordinación de las capacidades individuales y colectivas al interior de la misma comunidad. A esto le llamamos capital social
y es el elemento distintivo de los territorios que mejor responden a los momentos de crisis; mientras mayor es el capital social, más alta es la articulación comunitaria.
Entregar herramientas que fortalezcan la gestión de las organizaciones sociales y comunitarias es un aporte al aumento del capital social de nuestro país. Esta no sólo es una tarea urgente a propósito de estos tiempos de crisis, sino que es una causa que debería estar al centro de los esfuerzos por superar la pobreza y la desigualdad.
Si fortalecemos a la organización comunitaria en tiempos de normalidad, mejores articulaciones de redes sociales tendremos en tiempos de crisis.
También hemos visto la crítica situación de niños, niñas y adolescentes del espectro autista (TEA), quienes resienten de mayor forma el encierro y que también se han visto limitados en sus posibilidades de atención profesional, y donde se repite el desgaste de cuidadoras, en su gran mayoría mujeres.