Opinión: «Esa maldita desigualdad»

Un balde de agua fría fueron los resultados de la última Casen, realizada en medio de la pandemia el año pasado. Incluso para quienes se sienten orgullosos del Chile moderno, oasis en medio del desierto de desigualdad de la vecindad. La constatación de que retrocedimos años de un paraguazo en materia de pobreza por ingresos fue una bofetada que terminó por aclarar, sin lugar a dudas, el efecto de la pandemia sobre la gran mayoría de las familias chilenas.

Hoy, con esos datos frente a nuestros ojos, no podemos quedar indiferentes para enfrentar de una vez por todas la desigualdad desde sus raíces, especialmente en un contexto donde estamos discutiendo cuáles serán los cimientos constituyentes para el próximo, al menos, medio siglo. 

La Encuesta Casen en su edición pandémica del 2020 determinó que la pobreza creció a un 10,8%, equivalente a más de 2,1 millones de personas. Mientras que la pobreza extrema prácticamente se duplicó a un 4,3%, es decir, alrededor de 800 mil personas. 

Desde el 2006, cuando la pobreza bordeaba el 30%, dicho índice venía decreciendo a un ritmo acelerado, hasta llegar a un 8,6% en el 2017. La pandemia hizo caer el PIB un 5,8% el año pasado y alcanzamos un techo en la tasa de desempleo del 13,1%, cifras que no veíamos desde la crisis económica de la década del 80. Los índices económicos se desploman, la pobreza crece por primera vez en quince años y sufren los mismos de siempre.

Esos buenos números macroeconómicos que veníamos mostrando y que nos destacan en el vecindario -incluso en el actual contexto- quedan cortos cuando un factor externo como la pandemia desenmascara la desigualdad oculta que sostenía ese progreso que lucíamos con orgullo de tigre. 

El mismo informe de la Casen 2020 indica también que el 10% de las personas más acomodadas recibió ingresos 416 veces mayores a los que obtuvieron los hogares del 10% más pobres. Esa maldita desigualdad.

Desde el estallido social en 2019, quedó en evidencia que la desigualdad es el mayor problema que tiene Chile. Porque los que están en la parte de abajo de la balanza no sólo no han podido aprovechar las ganancias de este país pujante, sino que peor aún, la han visto pasar frente a sus ojos sin poder siquiera disfrutar un pedacito de ella.

Es esa desigualdad propia de los países que progresan económicamente sin políticas públicas fuertes y decididas para nivelar el acceso a las oportunidades y reducir las brechas, dejando atrás a gran parte de su población.

Si ampliamos la mirada sobre la pobreza y la analizamos en sus otras dimensiones, como educación, salud o vivienda, en 2017 se empinaba al 20%. En el acceso a la educación secundaria, por ejemplo, cerca de un 60% de las personas que se encuentran en situación de pobreza multidimensional no han terminado la enseñanza media (clara relación educación-pobreza, ¿no?). Lamentablemente en la versión 2020 no se cuantificó la pobreza multidimensional dada la dificultad metodológica de la investigación en pandemia, por lo que aún no vemos su efecto en esas otras áreas.

Desde octubre de 2019, hemos abierto una puerta que nos permite ver nuestra sociedad con otros ojos y poner los temas de verdad sobre la mesa. Lo que para algunos era invisible, ya no lo es. Por lo mismo, ahora más que nunca tenemos la obligación moral de hacernos cargo de la desigualdad acumulada por tantos años en nuestro país. 

Hoy, con un proceso constituyente ya iniciado, estamos en un momento clave para determinar el tipo de sociedad que queremos construir. Es un camino que permitirá instalar los cimientos para avanzar con menos ripio en la eliminación de las desigualdades que tanto molestan y nos impiden avanzar.

Tenemos la oportunidad de trabajar para una Constitución que garantice el acceso universal a derechos sociales, económicos y culturales, en la cual se priorice una mirada de desarrollo humano, medioambiental y bien común por sobre una visión individualista de progreso que sólo se base en el crecimiento económico. Es de esperar que el diálogo, los consensos y la solidaridad intergeneracional primen en el debate constitucional, por sobre la discusión de trincheras a la que nos tiene acostumbrados la política chilena.

No la despilfarremos para que en futuras generaciones podamos pasar de “esa maldita desigualdad” a “esa olvidada desigualdad”. 

Por Vicente Gerlach, director ejecutivo Fundación Trascender.

Vicente Gerlach

16 de agosto de 2021