La CEPAL y el Banco Mundial han entregado cifras poco alentadoras del horizonte que se asoma para los próximos meses. Ambos organismos concuerdan que habrá un marcado retroceso en materia de pobreza, agudizando la crisis social. Vislumbran que entre 70 y 100 millones de personas en el mundo podrían caer a niveles de pobreza extrema. En Latinoamérica, región de graves desigualdades estructurales e inestabilidad política, la estimación es que la pobreza llegaría al 34% de la población. Para Chile, se prevé un aumento de la pobreza por ingresos hasta niveles de alrededor del 14% (la última estimación fue de 8,6%).
El impacto del coronavirus en nuestro país ya se siente y se vive, y no sólo en relación a la crisis sanitaria. Muchos ciudadanos están pasando hoy momentos difíciles en el acceso a alimentos y servicios básicos. Lamentablemente, esta crisis nos está enrostrando aquellos problemas de desventaja y desigualdad acumuladas en Chile que desnudó el estallido social de octubre pasado.
¿Era realmente necesario llegar a estos límites para que centremos la atención en el verdadero Chile? Aquel país que hacia afuera brillaba, pero que tiene más del 20% de personas viviendo en pobreza multidimensional, donde las ollas comunes son bastante más frecuentes de lo que creíamos. Un país en el cual miles de personas, luego de un mes sin trabajo, no tienen más alternativa que vivir en las calles y esperar ayuda de alguna buena persona.
El acuerdo político al que llegaron los partidos, tanto oficialistas como de oposición, nos da cierta esperanza de que se está entendiendo y tomando en cuenta la gravedad del asunto. No solo se habla de la típica reactivación económica a través del cuidado a las empresas y los empleos, sino que además se mencionan transferencias directas a familias, municipios y organizaciones sociales.
El Acuerdo Covid contempla 20 millones de dólares a repartir entre organizaciones sociales en un plan de 12 mil millones. A muchos les suena mezquino; yo lo valoro, reconozco y aplaudo. Es más, lo veo como una valoración histórica al trabajo de tantas organizaciones que día a día trabajamos por la superación de la pobreza en el país.
Aún así, las proyecciones sobre la profundización de la crisis económico-social son negativas. Por lo mismo, es de vital importancia ayudar a todas esas personas que lo están pasando mal hoy. Pero no a cualquier costo. Tengamos cuidado con el problema de “pan para hoy, hambre para mañana”, conocida trampa en la que hemos caído como sociedad en situaciones anteriores. Hasta ahora, no conocemos los criterios de distribución del fondo de 20 millones de dólares. ¿Quién lo administrará? ¿Cómo nos aseguraremos de que esos fondos lleguen efectivamente a la facción más vulnerable de nuestro país?
Es de esperar que eso criterios se conozcan pronto. Pero más importante, que se logre una distribución justa y equitativa, de manera que lleguen a una gran variedad de organizaciones sociales, tanto chicas como grandes, de regiones y de Santiago, sean conocidas o no. En resumen, esperamos que la distribución se haga de forma oportuna y eficiente. No vaya a ser que una medida tan loable como ésta se convierta en una reproducción más del peor problema de Chile: la profunda desigualdad en la distribución de recursos. Solo que esta vez entre organizaciones y no entre personas.