A más de alguno nos ha sorprendido -y quizás esperanzado- ver grupos de hombres y mujeres organizados de manera espontánea y autoconvocada para ayudar a los demás: la Cruz Roja entregando primeros auxilios, comunidades de migrantes pintando el metro, estudiantes de colegios realizando trabajos de limpieza en las calles de Antofagasta, entre muchos otros ejemplos.
Es lindo ver estas muestras de voluntariado espontáneo. Señales de preocupación por “el otro” que nos demuestran que las formas de manifestación son múltiples. Se puede marchar y “cacerolear”, pero también recoger la basura al día siguiente. Son esas actitudes las que nos reafirman que no todo está perdido.
Pero, más allá de la imagen de ciudadanos y militares compartiendo un improvisado juego callejero, «que no caiga, que no toque el suelo» es un grito de atención pues, aparte de esas muestras de solidaridad y preocupación por el bien común, hay algo que se está destruyendo estos días y que considero de alta preocupación: el tejido social.
Podremos discutir sobre qué tan sólido se encontraba antes de la crisis, pero lo seguro es que ahora está mucho más debilitado. Para algunos quebrado, para otros, inexistente. La urgencia de conectarnos con “el otro” se hace cada día más latente, ya que es dicha red entrelazada de relaciones humanas -el tejido social- la que nos sostendrá cuando caigamos o enfrentemos graves crisis (individuales o sociales). Si esa red es débil, la caída dolorosa es inminente.
El cada vez más arraigado individualismo de nuestra sociedad (no solo de este país) nos ha empujado al punto en que cada uno lucha por su propia causa, su propio “feudo”, y poco nos hemos detenido a reflexionar cómo es la sociedad que queremos o qué principios deberían regirla. Por eso, vuelvo a preguntar: ¿cuánto estamos dispuestos a ceder para construir un nuevo pacto social?
Muchos se preguntarán por qué tengo que ceder algo, si estamos peleando por derechos básicos. El llamado al abandono responde a la necesidad de encontrarnos en un punto intermedio, llegar a consensos y ver resultados concretos en el corto plazo. Ciertamente, hay quienes deben ceder más que otros. ¿Seremos capaces?
Hoy necesitamos diálogo y que comencemos a articularnos entre personas y organizaciones. La sociedad chilena clama por más participación en las decisiones del Estado, menos política partidista y más representatividad. La alta abstención en las elecciones versus los casi 2 millones de personas que salieron a las calles en todo el país el viernes 25 de octubre son un claro ejemplo de esta realidad. Volver a lo comunitario puede ser una propuesta que contribuya a la búsqueda de un nuevo pacto social, que nos permita levantar un país más justo.
Voluntariado, trabajo comunitario, cabildos autoconvocados y muchas otras iniciativas que surgen de la propia ciudadanía son los caminos que debemos seguir perpetuando y que pedimos a la clase política que escuche y valide. No dejemos que el tejido social se rompa, fortalezcámoslo a través de distintos ejercicios de participación ciudadana. Volvamos a mirarnos, a encontrarnos, a conocernos, construyendo así un país con el que nos sintamos identificados, nos represente y genere un real sentimiento de pertenencia nacional, transversal a todos.